Unos dirán que es
ilógico, otros les verán coherencia, quizás yo solo pueda
entenderlo, pero el simple hecho que me ha llevado a escribirlo ya
suscita un pensamiento en mí.
Puede que sea atrevido
pero bajo mi humilde punto de vista los centros penitenciarios
guardan una cierta comparación con un complejo hotelero. Similitudes
muchas, diferencias quizás solo una, la voluntad de entrar en ellos.
Ambos tienen un recibidor
en el que quizás no todos te acojan de igual modo, en unos recibirán
miradas cercanas, en otros distantes e imperantes demandando desde la
entrada respeto. Tan solo cuatro puertas te privan de un valioso
poder que tiene el ser humano, la libertad. Unos escapan a espacios
hoteleros en busca de la misma, quizás presos del tic-tac que
determina esta sociedad. Ese tiempo estresante que agoniza a muchas
personas, reprimen y estrangulan a muchas otras bajo el desgaste
mental del ¿Que puedo hacer con todo este tiempo?, o ¿Que he hecho
durante todos estos momentos?.
En cuanto al servicio
dentro de este tipo de centros es muy diverso al igual que puedes
encontrar en cualquier complejo turístico. Existen personas que
disfrutan poniendo cafés y desayunos, otros quizás están oprimidos
en alguna incapacidad o frustración personal que indirectamente
repercute negativamente en los destinatarios de su trabajo. Es algo
digno de admirar. Nuestros actos son consecuencias de nuestras
vivencias y situaciones personales. Una de las cosas en las que mas
atención he prestado en este centro han sido las miradas y la forma
de caminar. Existen miradas distantes, cercanas, oprimidas,
exaltadas, etc; a fin de cuentas miradas para muchos, para otros
palabras oprimidas.
El caminar de la vida es
una cuestión muy recurrente para justificar nuestro destino o algún
pasaje de nuestras vidas, comparamos nuestro quehacer con un
recorrido marcado o predeterminado. En este hogar, en el que papá aún
no te ha dado la llave para poder salir cuando quieras, he visto a
personas caminando constantemente. Lo más apreciable es la posición
de sus miradas, orientadas hacia el suelo, quizás sea el peso de sus
vidas el que hace no poder levantar su cabeza. La dirección de sus
pasos siempre es la misma, caminar hacia un punto para luego
retroceder. El camino de este tipo de centros es quizás el mismo,
personas que vuelven al mismo lugar de donde han salido. ¿Puede ser
que algo este fallando?.
No todo está perdido,
pese a que a veces caigamos en el error de creerlo. He tenido la
suerte de conocer a personas que pueden hacer florecer rosas
sembradas en cemento. La educación viene ligada con el afecto.
Dificultades de hacerlo posible quizás muchas, pero no hay mayor
dificultad que la de creer que algo no es posible. La mayor acción
educativa es generada por la cercanía en que se produce. Una de las
capacidades a requerir para que se produzca esta acción es como se
postula la persona ante la otra. Hablemos del camarero que no se
siente cliente. El señor que sirve un café sin pensar en como de
bueno lo tomara la persona. Ni por asomo se me ocurriría hablar de
clientes en el entorno penitenciario, cuando se habla de clientes se
produce una mercantilización de la acción.
En cuanto a la libertad,
es una cuestión compleja, pero a la misma vez extraordinariamente
simple. Los límites de la libertad son tan diversos como la
variedades de entornos en los que se puede desarrollar una persona.
Una de las premisas que tengo en consideración a la hora de analizar
a una persona es que en definitiva somos fruto de nuestras
experiencias vividas. Estoy seguro de que estamos a tan solo un paso
de estar privados de libertad de forma legitimada (Cárcel), no
olvidemos que en mayor o menor medida somos presos de algún modo en
nuestras vidas.
La cuestión es estar en
el momento exacto envueltos en unas circunstancias concretas que
determinen las consecuencias de nuestros actos.
Existe una mano invisible
que delimita nuestra libertad y a la misma vez la garantiza. Lo que a
algunos beneficia a otros perjudica. Una persona que se desarrolla en
un marco “marginal” cuenta con ese hándicap para desenvolverse
en esta sociedad competitiva y materialista. La legislación en
cierto modo, y en considerables circunstancias, delimita la libertad.
"Somos
servidores de la ley, a fin de poder ser libres".
Cicerón (citado en Friedrich, Carl Joachim (1982). La filosofía
del derecho, p. 57. ISBN 8437502241).
El surgir de los Centros
de Inserción Social (CIS) es algo enriquecedor pero si son sólidos
los principios de acción que sustentan la actividad del mismo. Eso
es algo no controlable que es determinado no desde el mismo centro
sino de la sociedad que envuelve al centro. Quizás los focos a
tratar no son los que tenemos tipificados como conflictivos,
marginales, desestructurados, etc; ¿Que fácil es señalar con el
dedo verdad?
El mayor problema es,
valga la redundancia, abordar los problemas desde las consecuencias y
no desde las causas. Como bien dijo un profesor con casi treinta años
de experiencia en centros penitenciarios: “Chavales todo lo que
tenga un “re” delante (re-inserción, re-estructucturación,
etc.) es que algo bien no se ha hecho antes”. Desprenderse
del porqué les ha llevado hasta aquí y pensar en que puedes hacer
para no volver es la cuestión a considerar en la labor del CIS.
CIS Evaristo Martín Nieto - Málaga |
Otra
cuestión a tener
en cuenta
es como se impone el respeto en
espacios tan ricos de diversidad como este. El mayor inconveniente es
la gran afluencia de personas, la agilidad con la que rotan en el
mismo y el poco tiempo que permanecen allí. La mayor capacidad para
generar respeto es estableciendo un vínculo afectivo sólido, cuestión
difícil en estos espacios. Quizás mi concepción sobre la educación
se aleja un poco de estos marcos de intervención pero sueño en que
se puedan extrapolar a los
mismos en mayor o menor medida.
Un
espacio enriquecedor y que da luz a este centro es la escuela. Es
como la mesa del restaurante que da con vistas al exterior y reserva
la pareja para disfrutar del paisaje.
Lo
más valioso que puedo llevarme como vivencia en el centro fue quizás
uno de los últimos días en el cual tuve la suerte de ver como una
persona se despedía de los allí presentes. Ambos cruzamos las
mismas puertas y las mismas medidas de seguridad, pero no los dos
pudimos apreciar con la misma intensidad lo maravillosa que es la
vida. Yo salía de las practicas, él salia de cumplir una condena.
No hay mayor condena que vivir, ni mayor experiencia que la vida
misma. Es tan dura la existencia, que puede que pasar por este tipo
de centros te haga apreciarla aún más. ¿Puede ser?, no lo se. No
considero que tenga la capacidad para poner en tela de juicio esas
cuestiones en tan poco tiempo.
Dado a las
circunstancias que se acontecen, el tiempo tiene un valor en
alza, por ello os agradezco esa capacidad para regalar algo tan
valioso.
Juan Manuel Corral Maldonado juanm.corral@uma.es |
SI SE EDUCARAN A LOS NIÑOS, NO HABRÍAN HOMBRES EN LA CÁRCEL.
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